Asesoria & Asesores Fiscales

En ocasiones, afirmaciones que se repiten hasta la saciedad se convierten en verdades absolutas. Sin embargo, toda verdad tiene una realidad en la que contextualizarla que, al obviarla, induce al error. En este contexto, la fiscalidad es muy propicia a esa “verdad descontextualizada”. Veamos algunos ejemplos.

Se dice que las familias soportan más de un 80 % de la carga fiscal frente al poco más del 13 % de las empresas. Cierto, pero se ignora que ello es posible por la inconsciencia fiscal que tenemos y que permite que las familias soporten los impuestos que en su mayor parte recaudan las empresas. Las familias perciben que pagan, y mucho, pero desconocen su magnitud, y la desconocen porque los “particulares” no ingresan directamente casi nada a la Hacienda Pública. Si lo hicieran, “otro gallo cantaría”. La recaudación de los impuestos y de la Seguridad Social depende pues de las empresas y su éxito reside en la “ilusión fiscal” de las familias.

Sigamos. Se dice que la presión fiscal per cápita, esto es, la media que pagamos de impuestos, fue, en 2014, de 7.678 € por habitante. Sin embargo, si tenemos en cuenta la población con rentas sujetas, 28.070 mil personas en 2014, esto es, un 60,43 % de la población total, la presión fiscal por persona con renta asciende a 12.706 €; un 55,6 % del salario medio (INE), un 61 % de la renta media retenida, o un 67,73 % de la renta media (IRPF-14); importe cuya distribución real por persona dudo que sea justa en términos redistributivos. Téngase en cuenta que del 100 % de la población con rentas del trabajo y de actividades económicas, un 43 %, aproximadamente, son pensionistas y desempleados.

Más; se dice que la media declarada por rendimientos del trabajo es superior a la de las rentas empresariales. Cierto, pero no se dice que esa comparación solo es válida en el IRPF ya que, si tenemos en cuenta las rentas totales declaradas, incluido el Impuesto sobre Sociedades, la renta media empresarial es más del doble que la del trabajo.

Se afirma, igualmente, que los tipos efectivos de las grandes empresas son inferiores a los que las PYMES y/o la mayoría de contribuyentes soportan, pero se olvida que esa realidad, que hoy tiene matices, fue la querida por el legislador que ahora la utiliza como si su culpable fueran las empresas.

Se insiste también en aumentar la progresividad en el IRPF a las rentas más altas, pero no se dice que haciéndolo se penaliza todavía más a las rentas del trabajo ya que el 84 % de las rentas netas declaradas son de esta naturaleza (2014) y porque las del ahorro tienen una tributación privilegiada.

Basten estas “verdades descontextualizadas” para darse cuenta de la necesidad de una reforma integral de un modelo fiscal nada transparente, obsoleto e ineficiente. Afrontemos pues esa realidad en su contexto y construyamos un modelo perceptible, sencillo y eficiente en el marco de una economía globalizada.

Antonio Durán-Sindreu
Socio Director
Profesor de la UPF