Los debates sobre fiscalidad tienen la extraña virtud de aburrir y preocupar, al mismo tiempo, a los directivos. Toda la vida, las empresas han encajonado a la gestión fiscal dentro de la función de cumplimiento o compliance, un área compleja en manos generalmente de técnicos y expertos. Y, aunque los equipos directivos de algunas compañías ya se están dando cuenta del papel que la función fiscal juega dentro de la estrategia de la empresa, ambas suelen tratarse de forma independiente.
Normalmente, cuando los impuestos llegan a la mesa de un CEO o de un Consejo de Administración suelen ser ‘malas noticias’. No hay más que ver las recientes protestas contra compañías americanas, por canalizar sus inversiones comprando empresas en el extranjero y e instalar sus headquarters fuera del país para evitar así pagar impuestos en Estados Unidos. Precisamente allí, la nueva reforma fiscal que ha prometido la Administración Trump hace suponer que la fiscalidad empresarial va a seguir copando los titulares de la noticias. En la UE, la situación es similar. La Comisión Europea es cada vez más beligerante ante posibles situaciones de ayudas de Estado y contra aquellas empresas que en algún momento se hayan podido beneficiar de tratamientos fiscales ventajosos.
Por tanto, relegar la gestión fiscal al ámbito del cumplimiento es perder una gran oportunidad. De hecho, las empresas deberían hacer justo lo contrario: sacar la función fiscal del silo en el que se encuentra e integrarla en el funcionamiento diario de la compañía. La función fiscal recoge información de todos los rincones de la empresa -empleados, propiedad intelectual…- y en todos los países. Es un parte de la compañía en la que, al menos una vez al año, sabes que puedes tener una radiografía razonable de todo tu negocio.
Esta visión general de la compañía no solo está bien tenerla, sino que es necesario tenerla, sobre todo, si queremos comunicarnos de forma eficiente con los reguladores y las autoridades fiscales. En la actualidad, las compañías multinacionales se enfrentan a nuevos retos en el ámbito fiscal, a medida que los gobiernos les están exigiendo ser más transparentes en todos los países en los que operan. La digitalización de los sistemas tributarios en muchos estados –Rusia, México, Brasil…- está permitiendo a la autoridades fiscales recoger una gran cantidad de información sobre la actividad empresarial, en muchos casos, en tiempo real. Aprovechando que la función fiscal se encarga ya de recopilar toda esta información para los reguladores, debemos ser capaces de utilizarla también en beneficio de la compañía.
Por eso, tratar a la función fiscal como un aliado estratégico se está convirtiendo en una best practice entre las empresas, que ayuda a fijar las prioridades de negocio y nos da una ventaja competitiva. De lo contrario, las autoridades fiscales pueden llegar a tener más información que tú mismo sobre tu compañía.
De hecho, la razón por la que toda esta información sigue siendo todavía inaccesible y difícil de tener en muchas empresas es porque, tradicionalmente, estas no han invertido lo suficiente en la función fiscal. Sin embargo, si la digitalizamos, la integramos con el resto del negocio y desarrollamos todo su potencial nos encontraremos ante la función fiscal del futuro.