Asesoria & Asesores Fiscales

No hagan mucho caso de lo que les voy a decir, de verdad. Creo que el caluroso verano me está afectando muy mucho y que, como Don Quijote, sufro de alucinaciones. En una de estas crisis alucinógenas, recuerdo una anécdota que mi padre siempre me repetía: la de aquel abogado amigo que, tras dictar un informe a su secretaria, le preguntaba si estaba claro y, si le contestaba que sí, replicaba, “pues confúndalo”. Pues esta es la sensación que tengo con las leyes tributarias: cuanto más confusas, mejor, ya que lo sencillo se entiende y no vaya a ser que, si se entiende, muchos paradigmas se vengan abajo.

Por otra parte, estoy convencido de que muy pocos políticos se creen, por ejemplo, que un incentivo fiscal por el nacimiento de los hijos fomenta la natalidad. Y si lo creen, el problema ya es de enfermedad grave y terminal. Pero claro, “jugar a impuestos” es muy fácil. Y prometer, y aprobar un incentivo fiscal, sea cual sea, tiene un gran rédito electoral. ¿Se acuerdan de los 400 euros de Zapatero? Pues ya me entienden. El problema es que jugar a impuestos sin ser experto en ello tiene sus consecuencias, entre otras, la falta de neutralidad y, en muchos casos, de equidad.

Estoy también convencido de que detrás de cada medida con un trato fiscal privilegiado, se esconde un lobby con nombre y apellidos que todos intuimos. Y eso, claro está, tiene también un gran rédito electoral. Nadie dice tampoco que es el legislador quien, con su política fiscal, está fomentando el trasvase de rentas del IRPF al Impuesto sobre Sociedades (IS) en beneficio, claro, de las rentas más altas. Y nadie dice, tampoco, que el culpable de que el tipo efectivo del IS de las grandes empresas haya sido asombrosamente inferior al de las PYMES es culpa del propio legislador, vaya, de los políticos. Y es así aunque ahora, curiosamente, son los propios políticos los que arremeten contra estas situaciones y pretenden cambiarlas. Ya era hora! Pero dígase con claridad quien es el pecador. El problema no es de la gran empresa ni de los ricos; el problema es del legislador, que lo consiente.

En esta crisis veraniega que padezco, me abruma también esa idea populista de que los ricos no pagan y de que el fraude no cesa y que, por repetirla tantas veces, nos la creemos. Y sin duda, algo hay de ello, pero la gran culpa, no lo olvidemos, es de una legislación confusa, compleja, repleta de excepciones y “privilegios” y con demasiadas fugas de agua. Y el culpable, repito, es el legislador, los políticos, quienes, sin mucho conocimiento, disfrutan jugando a impuestos, aunque no sepan de ello, procurando captar votos de quien más interesa en cada momento. Ni en época de crisis se ha tenido la valentía de corregir tales disfunciones! Al contrario, han tenido la habilidad de convencernos de que había que hacer un esfuerzo; tanto, que ahora nos compensan anticipando la presunta reducción de impuestos. ¿Electoralismo?

Pero ya les he dicho, y se lo repito, que el calor me está afectando en demasía; tanto, que en lugar de molinos de viento, diviso una sociedad que no juega ni habla de impuestos; se aceptan pacíficamente como necesarios. Una sociedad en la que prevalece el respeto, la confianza, la solidaridad, el compromiso, la integridad, la responsabilidad, la educación, la generosidad y tantos otros atributos que permiten una convivencia pacífica; en la que desde pequeños se nos inculca la importancia de tales valores en las escuelas y en la familia; en la que la riqueza es la excelencia personal; en la que se confía en el capital humano; en la que se apuesta por el desarrollo del potencial que, como personas, todos llevamos dentro; en la que las instituciones son eficientes, transparentes, cercanas y resolutivas; en la que todos los que conviven en ella tienen interiorizado las desigualdades sociales y la pobreza como problema; en la que la redistribución impositiva es el medio para reducirlas.

Pero no me hagan caso. Tengo fiebre. Y creo que mucha, porque en esa sociedad ya no se habla ni se juega con los impuestos. Estos son neutrales y redistributivos. La normativa es sencilla y simple. Todos la entienden. Lo importante es la persona y su desarrollo como tal. Los jóvenes se levantan del asiento del autobús para dejar sentar a aquella abuelita con bastón. La cajera o el cajero del supermercado nos reciben con una gran sonrisa y desbordante amabilidad. El taxista que nos recoge nos hace el trayecto agradable. Las personas dialogan bajo la premisa del respeto. Y claro, lo sé, sufro graves alucinaciones que me impiden ver la realidad: una sociedad en la que reprimir es más fácil que convencer, en la que contribuir es tan solo una obligación, en la que la fiscalidad es la solución a la ausencia de una imprescindible cultura del ahorro, la solución para el emprendedor o para el alquiler de viviendas desocupadas; en la que luchar contra el fraude es más importante que atacar sus raíces, el déficit en valores; en la que se criminaliza la riqueza; en la que la ausencia de ética invita a la falta de ejemplaridad, a la opacidad, la corrupción, el fraude y la improvisación. Y por eso creo que Don Quijote es tal vez más cuerdo de lo que parece y que sus alucinaciones son tal vez la imagen de una sociedad que es posible. Pero claro, convertirla en realidad exige dejar de jugar a los impuestos y afrontar un cambio en el que se corre el riesgo de que se confunda con Don Quijote a quien lo lidere. Y eso, claro está, poco rédito electoral tiene.

Antonio Durán-Sindreu
Socio Director
Profesor de la UPF

Categoria

Fiscalidad general