Asesoria & Asesores Fiscales

En mi última colaboración me equivoqué. Lo confieso. Dije que el coste de la mayoría de las ayudas del COVID-19 lo soportaríamos los sufridos contribuyentes, aunque precisé que dependería, entre otras cuestiones, del apoyo de la UE. Sugerí, por último, y a medio plazo, tres nuevos impuestos, aunque afirmé, también, que estos se han de acompañar con medidas de reducción del gasto. Pues bien. No tengo la conciencia tranquila.

Es obvio que la crisis del COVID-19 va a tener un coste de dimensiones presupuestarias importantes e inéditas.

Pero es evidente que este no se va a poder financiar con impuestos, al menos, a corto y medio plazo, porque la diezmada economía española no soportaría la extracción de sangre que estos representarían y que, sin duda, agravaría nuestra anémica situación e impediría la recuperación.

Por tal motivo, a corto y medio plazo no es previsible que la presión fiscal aumente, salvo con impuestos muy concretos que no interfieran en el necesario crecimiento económico. Es pues el momento, por ejemplo, de un gravamen sobre la riqueza no productiva con la finalidad, precisamente, de incorporar los activos al proceso productivo y crear riqueza; impuesto al que ya nos hemos referido en varias ocasiones. Por su parte, mantendría también mi propuesta de un impuesto extraordinario a la banca.

Pero es obvio que, con ello, no vamos a cubrir el coste de las medidas ni a compensar la segura caída de los ingresos.

En consecuencia, la única opción es aumentar la deuda pública. Eso sí, a cambio de un nivel de endeudamiento insostenible agravado por un déficit estructural, la caída del PIB, el mayor gasto público, y la disminución de los ingresos, sin olvidar el previsible incremento de la prima de riesgo y la desconfianza de los inversores, únicos beneficiarios de la crisis; situación que nos augura un futuro nada halagüeño en lo que a presión fiscal se refiere. Y volvemos a los impuestos.

Lo cierto es que, según parece, la deuda pública, o, mejor, su porcentaje sobre el PIB, no nos preocupa. Y para consolarnos, nos comparamos con el elevado endeudamiento de otros países como Italia, Grecia, Francia, Reino Unido o Estados Unidos. Pero ya saben. Consuelo de muchos, consuelo de tontos. Vaya, que, si queremos engañarnos, engañémonos. Pero recordemos que los países que sí han hecho los deberes tienen un nivel de endeudamiento mucho más bajo: Alemania, Holanda, Suecia o Dinamarca.

Pero el excesivo endeudamiento es como la morfina. Nos anestesia y no duele. Y lo que es peor, genera adicción hasta matarnos.

Los españoles no somos conscientes de que tenemos una deuda con “papá” Estado ni que, año tras año, somos más pobres porque gastamos más de lo que ingresamos y porque hay que hacer frente al coste de nuestra deuda. No. Los españoles solo somos conscientes de “nuestras” deudas; de nuestra hipoteca y de nuestro diezmado saldo en el banco. La deuda con España “no es nuestra”. No nos afecta. Craso error.

Pero esta es la trampa de los políticos que se aprovechan de nuestro desconocimiento y nos anestesian para conseguir el poder. Y quien más nos anestesia, esto es, quien más nos promete gastar, es quien tiene las de ganar. El gasto se llama “justicia social”. La deuda pública es la trampa. La anestesia.

Por tanto, me equivoqué. En lugar de impuestos, nos podemos continuar engañando y financiarnos endeudándonos más.

Pero como la situación es insostenible y los impuestos ya no se pueden aumentar, la solución, y es cierto, es Europa. Y Europa es ahora insolidaria ya que en lugar de “condonarnos” la deuda (de ahí su denominación de deuda perpetua), nos compra deuda pública con condiciones muy favorables pero reintegrable. Y es cierto, España, junto a otros países, está tan endeudada que su situación económica es insostenible. Y los políticos, que en esto son muy listos, utilizan el COVID-19 para cubrir su fracaso y negarnos la realidad: que nos han empobrecido o, mejor, que nos han endeudado, que es lo mismo. De ahí que países como Alemania o Dinamarca tengan más margen que nosotros, porque son, sin más, más solventes: menos deuda y con superávit. Vaya, que han hecho los deberes. Pero no. No son solidarios.

Sea como fuere, continúo pensando que la solución al grave problema de liquidez es el “helicóptero monetario”, esto es, ayudas directas no reintegrables; ayudas con las que devolver los créditos y hacer frente a las obligaciones pendientes; helicóptero que el Banco Central Europeo ha de poner en marcha y que España habría de liderar. Pero no. Solo pide ayudas directas para ella misma y aprueba sin rubor fondos no reembolsables a las CCAA.

Se olvida, también, de incentivar la recuperación económica premiando con menos impuestos a quien mantenga o cree empleo, a quien se capitalice, a quien invierta, a la PYME que se profesionalice, a quien innove, a quien afronte la transformación digital, a quien fomente el teletrabajo, y un largo etcétera. Se olvida, también, de fomentar el mecenazgo, de reducir temporalmente el IVA, o de monetizar los créditos fiscales y reintegrarlos mediante transferencia a las empresas. Me refiero a bases imposibles negativas y a créditos y/o deducciones pendientes.

Pero claro, el Estado tiene las manos atadas. Le falta liquidez. Está endeudado. Sin ahorros; sin margen para “premios”. La culpa, el COVID-19. Mentira. La culpa, su irresponsable gestión al hacernos dependientes de la deuda y de los impuestos. Junto a Italia, es quien menos ayudas ha concedido. Pero no pasa nada. El Estado se hará cargo de todo. Nadie se quedará atrás.


Antonio Durán-Sindreu Buxadé